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Durazno Sangrante

Adios Don Fratelli

Adios Don Fratelli Esta historia la conté mil veces, y me reí de ella otras tantas. Pero fueron de esas historias que una las escucha absorto, sin moverse, casi sin respirar para no interrumpir y se va saboreando cada palabra, cada pedacito del relato como si fuese un caramelo. Es que en un punto una buena historia bien contada es placentera, aunque este llena de exageraciones y de falsos hechos, pero la manera es que es narrada la hace absolutamente interesante.
Don Fratelli era de esas personas que novelan lo que cuentan, le agregan datos y situaciones que hacen la historia más suculenta y no por eso menos creíble. Su casa quedaba a la vuelta de la mía, eran años en que las bicicletas se podían convertir rápidamente en naves espaciales y cualquier persona en la calle era un enemigo potencial, en eso nos parecíamos a Don Fratelli, un hecho simple podía convertirse en una situación emocionante, con sólo activar la imaginación.
Don Fratelli llevaba una vida rutinaria, la típica vida de un jubilado en un pueblo donde nunca pasa nada, por las tardes se dedicaba a sus plantas y después baldeaba la vereda, que tenía de esas baldosas amarillas con canaletas, que según él, fueron inventadas para que limpiarlas sea una tarea más fácil. Después se sentaba en su portón de rejas verdes a tomar mate. Nosotros éramos su auditorio para cientos de historias, nos llamaba a sentarnos con él y en un respiro a tanta balacera y piedras libres, terminábamos siempre escuchando sus historias, de cómo se escapó de Italia, de cómo llegó al país, en fin, tenía un repertorio infinito.
El ritual era siempre el mismo, “les voy a contar algo que me pasó una vez”, hacía una pausa, detrás de esas palabras podía venir una historia de aparecidos, un crimen, una anécdota de su Calabria natal, pero era esa pausa lo que nos permeabilizaba, nos cargaba de ansiedad y avidez por saber que vendría después; se cebaba un mate, lo tomaba despacito y comenzaba a relatarla lentamente, se agachaba aún más para estar a la altura de nuestros oídos y por momentos hacia algún silencio, como hurgando en su memoria detalles que podían quedar ocultos y que enriquecerían la historia.
“Hace unos años, antes de que alguno de ustedes naciera, teníamos acá en casa un loro, se llamaba Victorio, como un hermano mío que quedó en Calabria, Victorio hablaba, repetía casi todo lo que le enseñábamos, lo dejábamos suelto y jamás se escapó, estaba bien con nosotros, en verano se quedaba afuera, no le gustaba el calor, pero en invierno estaba todo el día adentro. Una mañana cuando me levanté, Victorio ya no estaba, se había ido, lo esperamos varios días, lo buscamos por todo el barrio, pero jamás apareció, en casa quedamos muy tristes porque era uno más de la familia, pero al fin y al cabo era un animal. Años después, salí con mi cuñado a pescar al dique del Carrizal, estábamos cerca de un acantilado donde suelen anidar todo tipo de pájaros, de repente vi una nube verde que se acercaba, era un bandada de loros, pero al mirar bien uno de ellos se descolgó de la bandada y vino directo hacia el bote, pasó rozando nuestras cabezas y se escuchó decir: “Adiós Don Fratelli”, repetido varias veces por él y por el eco que había en el lugar, era Victorio que se había ido a vivir con los loros barranqueros, en definitiva volvió con los suyos. Cuando llegué a casa y le conté a todos lo que había pasado nos quedamos más tranquilos, Victorio no estaba solo, estaba con los demás loros, donde debía estar”.
Después vieron las conjeturas típica de un grupo de chicos que ve a los viejos como gente que inventa cosas “Mirá si le va a gritar adiós Don Fratelli si los loros no hablan, sólo repiten” “Pobre Don Fratelli cada vez esta más loco” y otras tantas opiniones de pibes que creen saberlo todo.
Siempre recuerdo esa historia, no se si por la forma en que me la contó, pero quedo grabada en mi memoria junto al olor a malvones rojos de su patio. Nunca me detuve a pensar que podía tratarse del deseo de un viejo inmigrante calabrés que jamás volvió a su patria natal y que el desarraigo a esa altura de su vida le pesaba tanto que nunca pudo desplegar sus alas y como Victorio, volver a ver a los suyos.

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