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Durazno Sangrante

Esa bolita no entra.

Esa bolita no entra. Nacho nos había contado de lo extraño de su bolita, pero jamás le habíamos creído hasta ese día. “¡Ves que esta bolita no entra nunca!”, se quejó al intentar hacer opi por décima vez en la tarde, al tiempo que sacaba la última de la bolsa para entregársela al vencedor. Con semejante evidencia, había hecho desaparecer nuestras dudas al respecto; definitivamente, la pequeña esfera estaba embrujada o algo por el estilo.

Era una “porce” de tamaño mediano pero, a diferencia de las demás, no tenía dibujo alguno en la superficie, lo que la hacía aún más extraña. Por culpa de la misteriosa canica, Nacho había perdido la totalidad de su colección; situación que, no sólo lo fastidiaba, sino que, además, lo había convertido en el hazmerreír entre los chicos de “La Sexta”.

Su popularidad había decrecido notablemente. Las chicas de la cuadra ya no tenían interés en verlo jugar, pues sentían lástima, y hasta rechazo, ver cómo perdía una a una cada bolita de su colección. En la popa estatua, ya nadie se acercaba a revivirlo como en otros tiempos, a tal punto que llegó a pasar un día entero en pose de John Travolta en “Fiebre de Sábado por la Noche”, esperando que algún alma solidaria se dignase a tocarlo y desencantarlo. Finalmente, y luego de buscarlo por todo el barrio durante horas, tuvo que desencantarlo la mamá, acompañada de un grupo de policías, al cual había llamado desesperada horas antes. Sin embargo, su obstinación lo llevó a continuar jugando con la bolita que no entraba, con consecuencias obvias.

Según él, la conflictiva bolita blanca se la había regalado un anciano que pasaba por la calle una tarde de aquel verano; y que, segundos después, moriría arrollado por un 122 que pasó zumbando por Necochea.

Aquella tarde, Nacho había venido a casa a tomar la leche, y no pudo dejar de contarme lo que le había pasado. “El viejo me la dio, después me quiso decir algo acerca de la suerte mientras cruzaba la calle y, por no mirar, se la puso el bondi”, comentó un poco shockeado.

Pasaron varios días en que no tuvo más remedio que hacer abstinencia con respecto al juego, ya que se venía el torneo interbarrial y sólo le quedaba una bolita, la que no entraba.

Pese a las quejas de la vecinal ante el Comité, Nacho representaría al barrio en el torneo, pues, a pesar de la mala racha que lo aquejaba últimamente, era él el que había sacado más puntaje en la liga del año anterior.

En esa oportunidad, había que jugar de visitante contra los fifís de barrio Martin. Él sabia lo que significaba una victoria ante aquellos usurpadores. Esos que nos hacían llenar de rabia cuando sacaban a bailar a las chicas de nuestra cuadra en los asaltos de Temperley.

El torneo era a las dos en punto en la placita Bélgica, al lado de la campana que gira. Pese a que con una bolita que no entraba no tenía chances de ganar, no tuvimos mas remedio que ir a apoyarlo. Era un “mano a mano” contra el chico mas pedante de barrio Martin.

El juego había comenzado y, de a poco, los dos se iban acercando al opi que se había cavado rigurosamente para la ocasión. A Nacho le quedaba el último tiro, estaba a un metro del hoyo, mientras que el otro sólo a un dedo. Tenía que embocarla sí o sí, porque de lo contrario le dejaría una gran chance a su contrincante. Era consciente de lo complicado de su situación.

Todos nos quedamos boquiabiertos. Nacho, inesperadamente, pareció obviar el opi al tiempo que se concentraba en la bolita del otro. Le apuntó como si fuera a dispararle a su peor enemigo.

“¡Pochi!”, gritó al tiempo que la suya golpeaba a la bolita enemiga con brutal fuerza. Ahora, ambas esferas se alejaban del opi. Pegaditas, como imantadas, una detrás de la otra iban derecho a la alcantarilla. La gente no lo podía creer, quedarían los dos descalificados.

¡Flor de festejo cuando la bolita del otro se perdió entre los fierros del desagüe!, mientras que la de Nacho, que venía atrás, se frenó un centímetro antes. Una vez más, como era de esperar, su bolita se negó a entrar. Éramos los mejores de la zona.

El gordo.

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